Continuamos nuestro viaje. Lo habíamos dejado saliendo de Venecia para dirigirnos a Roma. Esta sería la última etapa por la Península Itálica, que nos dejó un sabor agridulce. Íbamos a conocer la Ciudad Eterna, pero también se iba acercando el final de nuestra aventura.
La idea era ir hasta Civitavecchia y llegar allí por la tarde. Teníamos algo más de quinientos kilómetros por delante.
Fuimos disfrutando del paisaje todo el camino. El día salió nublado, pero el gris de las nubes junto al verde de los campos ofrecía unos contrastes de colores preciosos.
Al acercarnos a Bologna vimos que había dos opciones de ruta. Una llamada «Direttisima» y otra que se llamaba «Panorámica». Por supuesto elegimos la segunda, que nos llevó por unos paisajes que hacían honor al nombre de esta vía.
Teníamos una cita pendiente en Florencia con Juan Ignacio, el motero chileno del que ya conté en el primer post de este viaje que conocimos en Barcelona. Nos iba a hacer un tour por lo más bonito de la Ciudad, que no es poco.
Lamentablemente no pudimos quedar con el. Se nos estaba haciendo tarde y si parábamos en Florencia no llegaríamos a tiempo a Roma. Avisamos a Juan Ignacio y dejamos la visita pendiente para otra ocasión. Nos dio pena, pero volveremos otra vez.
Fuimos cruzando La Toscana por algunas carreteras muy bonitas para ir en moto. Italia es un país perfecto para recorrerlo así.
Nos íbamos cruzando con más moteros. Algunos saludaban y otros no.
Nosotros saludábamos a todos. No cuesta nada y ayuda a mantener el espíritu de camaradería entre moteros.
Poco a poco nos fuimos acercando al Mar Tirreno. Por la mañana estábamos a orillas del Adriático. Ver dos mares en el mismo día no es algo que pase muy a menudo.
Por fin llegamos a Civitavecchia y pasamos a la segunda parte del plan para ese día.
Ya conté en algún post anterior que una vez entré al centro de Roma en moto y que ya no lo haría más.
Para llegar a Roma nuestro plan era dejar la moto en un parking de Civitavecchia y tomar un tren. El problema era que no encontrábamos ningún garaje a cubierto que nos diese confianza.
Al final conseguimos aparcamiento en el parking de un supermercado. Al principio nos dijeron que no estaba permitido dejar vehículos allí por un par de días, solo era para aparcar mientras se realizan las compras.
El caso es que empezamos a hablar de nuestro viaje, de nuestras vivencias… , hablando y hablando una cosa llevó a otra y al final, muy amablemente nos permitieron dejar la moto allí. Nos buscaron un sitio en el que estaría segura y allí se quedó los dos días que estuvimos en Roma. La verdad es que aquella gente se portó muy bien con nosotros.
Ya solo quedaba sacar los billetes del tren y desplazarnos hasta la estación de Termini en el centro de la capital. Allí al lado nos esperaba nuestro hotel.
Con el tiempo justo tomamos nuestro tren. Los billetes nos costaron 4,60€ a cada uno, así que nos salió la cosa muy bien. En poco rato estábamos en Roma,vestidos de moteros sin moto y deseando llegar al hotel.
Llegamos sobre las ocho de la tarde. Menos mal que no entramos en Florencia.
Nos gustó el alojamiento. La habitación era muy amplia y estaba todo muy limpio.
No nos entretuvimos. Enseguida estábamos duchados y listos para recorrer la ciudad. Como venía siendo habitual en este viaje comenzamos la visita por la noche.
También, como venía siendo habitual nos encantó el recorrido nocturno. En esta ocasión por Roma.
Ver el Coliseo o el Arco de Tito iluminados, con la tranquilidad de la noche y casi en exclusiva fue muy especial.
La calma que hay a esas horas permite reflexionar sobre la historia de aquellos monumentos que tantos siglos llevan allí. Cuántas generaciones habrán visto aquello antes que nosotros y cuántas cosas habrán sucedido en aquellos lugares.
La noche era perfecta para pasear.
Era también perfecta para hacer algunas fotos. El suelo mojado por la lluvia que caía de vez en cuando hacía más bonita la ciudad.
Por el día es difícil ver así de despejado el Panteón de Agripa.
Impresionan las dimensiones de las columnas del Panteón. Son de una sola pieza. Al contemplarlas pensaba en cómo se trasladarían hasta allí y cómo harían para ponerlas en pie con los medios de la época.
Continuamos nuestro camino hasta la Fontana di Trevi.
No deja de sorprender la grandiosidad de la fuente en una plaza tan pequeña.
Era la segunda vez que visitaba Roma y La Fontana. A pesar de que la vez anterior no lancé ninguna moneda, aquí estaba de nuevo y esta vez con mi mujer. En esta ocasión me gustó más La Fontana.
Dejamos atrás La Fontana di Trevi y continuamos hacia la Plaza Navona.
Lo mismo. Nos gustó mucho por la noche y disfruté un montón haciendo fotos.
Viendo la plaza vacía no costaba imaginar cómo era este lugar en sus orígenes. Aquí lo que había era un estadio en el que se realizaban carreras de cuadrigas y demás competiciones deportivas. También tenían lugar luchas de gladiadores.
Todavía conserva la forma del estadio que fue y que aún sigue bajo el suelo sobre el que pasan miles de turistas a diario.
Los edificios de la plaza están cimentados sobre lo que fueron las gradas. Desde el sótano de alguna casa es posible acceder los restos subterráneos del graderío y la pista.
Seguimos caminando hasta la Plaza de España.
Se llama así por el Palacio de España, que está allí. En el se encuentra la embajada española.
Subimos las 135 escaleras para contemplar las vistas de la ciudad desde lo alto. Arriba está la Iglesia Trinità dei Monti y hay una buena panorámica desde lo alto de la escalinata.
Ya desde arriba dimos por concluida nuestra visita nocturna y nos fuimos a dormir.
Atravesar Italia de costa a costa y la caminata por Roma, que por cierto fue de 22 kilómetros, hizo que cayésemos rendidos al final de este día.
El día siguiente amaneció lluvioso. Empezó a llover con más alegría cuando llegábamos a la Piazza di Pietra para ver lo que queda del Templo de Adriano casi 2000 años después de su construcción. Solo unas columnas unidas a un edificio del siglo XVII.
El problema de la lluvia se resolvió comprando unos paraguas por allí, así que pudimos continuar como si nada.
La lluvia caía más suavemente a media mañana.
Recorrimos algunos de los lugares que habíamos visitado por la noche. De día cambiaban las vistas, nos gustó mucho pasear bajo la suave lluvia.
Además la climatología hizo que todo estuviese mucho menos concurrido.
Volvimos también al Panteón de Agripa. Esta vez pudimos entrar a ver la inmensa cúpula.
Impresiona ver desde dentro las dimensiones de la semiesfera que forma y pensar en cómo la harían. Es la mayor cúpula de hormigón de todos los tiempos casi veinte siglos después de su construcción.
Resultaba curioso ver cómo por el agujero de la cúpula entraba la lluvia y se iba por el desagüe del suelo sin producirse charcos.
La cantidad de agua que habrá pasado por allí durante siglos y el sistema sigue funcionando.
Sorprende también lo bien conservado que está el edificio, que se ha estado usando continuamente desde que se construyó hace casi 2000 años.
Del Panteón volvimos a La Fontana di Trevi para contemplarla esta vez a la luz del día.
Da igual verla por el día o por la noche. Es preciosa.
Seguimos andando y llegamos a la Piazza dil Popolo.
Esta plaza está en la que fue una de las entradas a la Ciudad antigua por la calzada conocida como Vía Flaminia.
En el centro de la plaza llama la atención un obelisco egipcio que tiene la friolera de 3000 años. Antes de ponerlo en su actual ubicación este obelisco estaba en el Circo Máximo.
También hay dos iglesias iguales. Se conocen como las Iglesias Gemelas. Desde allí parten tres importantes calles, una por entre los dos templos y las otras dos, una por cada lado de estos. A estas tres calles que comienzan en la plaza se les conoce como El Tridente de Roma.
Mirando hacia las iglesias, la calle de la derecha es la Vía di Ripetta, que lleva a la Plaza Cardelli. La del centro es la Vía del Corso, que conduce hasta la Plaza de Venecia y, la de la izquierda, Vía del Babuino nos lleva hasta la Plaza de España. Es agradable pasear por estas tres vías.
En nuestro camino fuimos viendo miles de scooter recorriendo las calles. Sin embargo a mi me llamaba la atención encontrar alguna joya como la Kawasaki GPZ 600 de la foto. Moto que me robaba el sueño hace ya bastantes años.
Fuimos también descubriendo curiosidades como la tienda de juguetes de madera Bartolucci. Los juguetes están hechos de madera y son de elaboración propia. Por lo que llamó nuestra atención fue por la moto de madera de la entrada. Una Harley de tamaño natural esculpida toda en madera.
También nos chocó el increíble suelo de mosaico de una tienda de artículos de regalo de los años treinta.
Pasamos por el mercadillo del Campo dei Fiori.
La última vez que estuve en Roma el tráfico por el centro era increíblemente intenso y estresante. Esta vez la cosa era muy distinta.
Antes se podía circular por los alrededores del Coliseo y por todas partes. Al parecer, ahora está restringido el tráfico y solo pueden acceder a algunas zonas del centro los residentes, transporte público y vehículos de emergencia.
Pasear rodeando el foro, ver así el Teatro de Marcelo…, era hasta hace poco impensable.
Este teatro se construyó entre los años 13 al 11 a.C. Casi nada. Es el único de aquella época que sigue en pie.
Recuerdo la última vez que pasé por la avenida del Coliseo en moto. Trataba de seguir a un taxi que me iba indicando el camino a mi hotel. Me venía justo para no perderlo por estos adoquines con la moto cargada.
Ahora, aún con lluvia se agradece poder caminar por aquí con tranquilidad.
Estuvimos haciendo las típicas vistas. Paseo por El Foro, o lo que queda de el.
Las ruinas y restos que quedan se veían más bonitos mojados por la llovizna, bajo mi punto de vista.
Es inevitable pensar en lo grandiosa que debió ser esta ciudad en la antigüedad.
Si hoy todavía nos sorprendemos de las construcciones que había aquí viendo los restos, cómo sería en su pleno apogeo.
Y más si pensamos en cómo era el resto del mundo por aquel entonces.
Si lo piensas, estaban más adelantados en Roma hace 2000 años de lo que estaban en nuestras ciudades hace solo 200.
En estas cosas iba pensando yo mientras contemplábamos las ruinas de lo que fue El Foro.
También en la capacidad del ser humano para aprender y desarrollar cosas increíbles y luego perder y olvidar todo otra vez para sumirse en la decadencia. Pensaba en esto porque cuando cayó el imperio Romano el mundo retrocedió varios siglos.
A mitad del día comenzó a llover más. Ya nos empezaba a cansar Tanta agua y caminar con los pies mojados.
De vuelta al hotel me sorprendió la habilidad de los moteros del lugar para manejar sus motos con lluvia.
No era solo por la lluvia, sino por la naturalidad con que se desenvolvían circulando por vías de adoquines con grandes charcos y agujeros.
Al pasar sobre ese pavimento se notaba cómo era bastante deslizante en algunos tramos, sin embargo hacían giros y curvas como si nada.
Y no creas que eran pocas las motos que circulaban aquel día lluvioso.
Se notaba que estaban más que acostumbrados a conducir en esas condiciones.
Nosotros continuamos de camino al hotel y nos pasamos una última vez por el Coliseo antes de recogernos y dar este día por terminado.
En el segundo día hicimos 23 kilómetros andando con lluvia. Recuerda llevar calzado adecuado para caminar cuando visites La Ciudad Eterna.
Al día siguiente ya solo nos quedaba tomar el tren de regreso a Civitavecchia, donde esperaba guardada nuestra moto.
El hotel estaba muy cerca de la estación Termini, así que casi nada más desayunar estábamos montados en el tren.
Pasamos por San Pietro, donde está El Vaticano. Desde el tren pudimos ver la cúpula De San Pedro. Eso fue lo más cerca que estuvimos. Queda pendiente para otra ocasión.
Así seguimos. Contemplando el paisaje con cierta nostalgia mientras tarareábamos «Arrivederci Roma».
Enseguida llegamos a Civitavecchia y recogimos la moto en el parking del supermercado en el que tan amablemente nos dejaron guardarla. Quedamos en que nos pasaríamos por allí la próxima vez que volvamos.
Al ir a cerrar la maleta trasera surgió la anécdota del viaje. Se partió la llave dentro de la cerradura.
Afortunadamente pudimos resolverlo con bridas de plástico que llevo siempre en la moto. Con ellas conseguimos cerrar la maleta y que quedase sujeta. Con bridas se puede arreglar casi todo.
Luego, cuando llegamos a casa conseguí sacar la llave y quedó todo como nuevo.
Ya solo había que esperar la llegada del barco que nos llevaría de vuelta a Barcelona.
Justo en el momento previo a embarcar se puso a llover bastante y nos dejaron esperar bajo una carpa para no mojarnos.
Ya, por fin en nuestro camarote nos quitamos la ropa de moto y tras una buena ducha caliente fuimos a cenar en uno de los restaurantes del ferry.
Ahora lo único que debíamos hacer era dejarnos llevar y disfrutar de la navegación, aunque luego resultó ser una travesía muy movida y con fuerte oleaje.
El viaje por mar se nos hizo muy largo esta vez. El barco se movía tanto y el tiempo era tan malo que no permitieron ni salir a cubierta.
A pesar de lo movido del viaje, cuando fuimos a coger las motos ninguna se había movido ni un milímetro de su sitio.
Como en nuestra llegada a Italia nos despedimos de los demás moteros que seguían o terminaban su viaje. A nosotros solo nos quedaba llegar a Zaragoza y nuestra casa.
El tramo entre Lérida y Zaragoza fue realmente infernal por el viento lateral. Pocas veces he sufrido tanto por el viento de lado. Venía con mucha fuerza por la derecha, pero finalmente llegamos a casa sanos y salvos. Luego supe que ese día el viento había tumbado varios árboles por alguna de las zonas por las que pasamos nosotros. No me sorprendió, la verdad.
Ya por fin en casa hicimos balance de nuestro viaje y estábamos muy satisfechos por cómo salió todo.
También nos acordamos de las personas que pusieron su granito de arena y su ayuda para que este viaje fuese así de bien. Como Ruth, de Goyamoto Zaragoza, que nos consiguió a tiempo todo lo que necesitábamos.
Marcelo, amigo de la Asociación Pan European que nos esperó en Barcelona y nos llevó a comer a un sitio estupendo.
Juan Ignacio, el motero que conocimos en Barcelona, que nos dio buenas indicaciones y consejos para viajar por Italia y con el que tenemos una cita pendiente en Florencia.
También la gente del supermercado de Civitavecchia, que nos guardó la moto los dos días que estuvimos en Roma.
Lo mejor de los viajes es la gente que vas conociendo por el camino.
Gracias a todos.
Dioni Salavera
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