Llevaba ya unos cuantos días esperando que o las obligaciones o el mal tiempo me permitieran salir con la Royal Enfield y probarla en una ruta por placer. Por fin llegó un día que, si bien no era ideal me permitió disfrutar de una placentera mañana en moto.
El día salió nublado y salí un poco sin rumbo con dos ideas en mente: Dirigirme hacia donde el cielo tuviese mejor pinta y buscar carreteras secundarias en mi ruta que me permitiesen rodar con tranquilidad.
Pensando en esto partí de Utebo para llegar a la carretera de Madrid pasando por Garrapinillos. En poco tiempo llegué al puerto de La Muela.
Antes de existir la actual autovía por aquí discurría una carretera nacional de doble sentido. Antes aún que esa nacional había otra carretera que unía Zaragoza con Madrid. Por esa, de la que aún se conservan algunos tramos fui yo pensando en cómo serían los viajes en moto en los años sesenta.
Es raro encontrar por esos lares otros vehículos. Solo se ve algún que otro ciclista. Eso me permitió parar a hacer alguna foto cuando me apetecía.
Dejando atrás La Muela seguí por otra vieja carretera que conduce hasta Muel. Pueblo famoso por su cerámica, por un precioso parque con una bonita cascada y una presa romana.
Hacía poco tiempo ya estuve allí y no me detuve en Muel en esta ocasión. Continué hasta el siguiente pueblo: Longares.
Estos últimos pueblos están en el trazado de la antigua carretera de Valencia. Aún se circula por ella, pero está muy poco transitada desde hace algunos años gracias a la Autovía Mudejar de la actualidad.
Hay un dicho por aquí que dice:»Longares. Donde cuatro huevos son dos pares»
Lo llevo escuchando desde que puedo recordar y solo conocía de esta localidad lo que se ve desde la carretera y un bar en el que más de una vez he parado a almorzar, así que en esta ocasión decidí perderme por las calles del pueblo. Ventajas de viajar sin prisa.
La entrada a Longares a través de un arco ya me gustó. El trazado de sus calles y casas me encantó.
Paré a dar un pequeño paseo y las pocas personas con las que me crucé parecían sorprendidas y contentas por ver a alguien de fuera de visita turística por su pueblo. Todos sin excepción me saludaron con una amable y reconfortante sonrisa que haría sentirse bien a cualquiera. Es una pena que esa cercanía entre las personas se pierda en las grandes poblaciones.
Fue muy relajante y placentero pasear por Longares.
Está lleno de rincones con encanto.
Continué mi camino en moto atravesando las grandes extensiones de viñedos del Campo de Cariñena. Tierra de buenos vinos.
El otoño ya avanzado aún permitía disfrutar de los colores dorados de los campos de viñas.
Continuando con los dichos. Dicen por aquí también que si en Longares cuatro huevos son dos pares, en Cariñena seis media docena.
Cariñena fue el siguiente pueblo por el que pasé y también hice una parada, aunque mucho más breve esta vez.
Dejé atrás Cariñena atravesando más hectáreas de dorados viñedos.

Pasé por Aguarón, donde comienza un puerto de montaña por el que asciende una estrecha carretera con poquísimo tráfico. No me crucé con nadie, ni en la subida ni en la bajada.
Desde la cima de este puerto, que siempre he conocido como Puerto de Codos hay espectaculares vistas de la comarca de Campo de Cariñena.
Allí arriba hacía frío y algo de niebla, así que descendí en dirección al siguiente pueblo: Codos.
Al llegar a Codos continué por la carretera que discurre acompañando al Río Grío maravillándome con los colores y las postales que regala el otoño.
Es un placer tomarse un tiempo y parar a contemplar estos paisajes.
Visitando estos lares iba pensando yo en la tranquilidad y el silencio que se respira por allí y en que el tiempo parece que lleva otro ritmo en aquellos pueblos.
Me reafirmé más aún en estos pensamientos cuando vi a un lado de la carretera un el templete de la virgen en Codos todo forrado de ganchillo. Menudo trabajo y paciencia de quienes hicieran esto.
Cuanto más avanzaba más me impresionaban los colores otoñales. Pasé junto a campos de cerezos que parecían estar en llamas por el vivo color naranja de sus hojas.
No me cansaba de contemplar semejante espectáculo natural.
Seguí mi recorrido siempre cerca del río hacia Santa Cruz de Grío. Los kilómetros iban pasando y yo seguía sin cruzarme con nadie. La carretera toda para mi.
Iba pasando y dejando atrás pueblos en los que no me detuve, pero seguro que tienen cosas interesantes que ofrecer
La ruta seguía siendo muy tranquila y ello me permitía contemplar todo aquello que me rodeaba.
Llegué a El Frasno, ya de nuevo en la carretera de Madrid y seguí hasta Morata de Jalón.
Después de Morata seguí buscando ir por carreteras secundarias. Así fui recorriendo la ribera del Jalón por La Almunia de Doña Godina, Calatorao y Épila.
En Épila fui por el camino que conduce a la azucarera.
De nuevo me encontraba con paisajes y estampas otoñales que me obligaban a parar a disfrutarlos.
Es todo un deleite para los sentidos el tomarse un tiempo para contemplar algunos lugares por los que pasamos muchas veces sin reparar en su belleza.
Ya iba siendo hora de llegar a casa y poco a poco fui completando mi recorrido hasta llegar de nuevo a Utebo. Eso si, parando cada vez que los colores del otoño llamaban mi atención.
Esta fue una vuelta de doscientos kilómetros en los que la Royal Enfield me hizo disfrutar en todo momento. Llegué a casa encantado y deseando repetir cuanto antes otra ruta como esta.
Si quieres conocer esta zona te aseguro que es totalmente recomendable. Más aún si te tomas tu tiempo para saborear cada kilómetro. Te encantará.
Dioni Salavera
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